sábado, 25 de febrero de 2017

ENTREGA DE GRABADO





El Alcalde de Alcalá de los Gazules, Javier Pizarro Ruiz y el Concejal Juan Gabriel Paye García, acompañados de la Alcaldesa de Jerez de la Frontera María del Carmen Sánchez, han entregado a Juan Antonio López Ramírez un grabado de Alcalá de los Gazules, en agradecimiento por contribuir a la promoción de Alcalá de los Gazules a través de sus establecimientos.
Juan Antonio López Ramírez, alcalaíno, siempre ha denominado a sus establecimientos “Alcalá” en recuerdo a su pueblo natal. Han sido varios los establecimientos que ha tenido en diferentes lugares de Sevilla.
Actualmente es el “Bar Alcalá” que se encuentra en el popular barrio de Los Bermejales, Avenida Reino Unido, 25, actualmente regentado por su hijo y su sobrino.
Al acto además de los anteriores citados, acudieron alcalaínos, conocidos y amigos de Juan Antonio.


Sevilla, 14 de febrero de 2017














martes, 21 de febrero de 2017

DÍA DE ANDALUCÍA



¡¡Andaluces levantaos!! Y no permitir que a los andaluces se nos etiquete de vagos, incultos o sin criterio, y de que se nos asocie únicamente con la juerga, el vino y la gandulería. Me aburre los falsos imitadores cuenta-chistes leperos. Pero el ridículo se agrava cuando el desacertado, quizás profesional de radio o televisión, utiliza un medio público andaluz.

Estoy cansado de ver en las series de televisión los papeles de criada analfabeta o tontito con acento andaluz y ningún presentador de noticiario con acento andaluz-. Estoy harto de ver programas mofándose de nuestros ancianos en busca de pareja, dando la imagen de personajes grotescos.

Estoy aburrido de ver nuestra imagen de sociedad subsidiada, cateta y sin criterio. Me pongo hecho trizas de que se menosprecie nuestro acento, y empachado de ver andaluces y andaluzas que únicamente triunfan en los programa de Gran Hermano y similares.

Estoy disgustado de los programas cutres y de toda sus casta. Me tienen cansado, hastiado y aburrido, con tanta pandereta y traje de flamenca. Ojalá los medios se acuerden de los millones de andaluces que madrugan cada mañana para levantar este país, o de nuestros padres y abuelos que emigraron hace décadas a toda Europa.

Se me ocurre una compensación casera para remediar la hipocresía de estos individuos, y que podría consistir en que recitarán los nombres de los premios Nobel, jefes de estados, jefes de gobiernos, ministros, científicos, artistas de todas las ramas, universalmente famosos y miembros de la Real Academia de la Lengua Española que han hablado y hablan andaluz, dentro y fuera de Andalucía, con la mayor naturalidad y elegancia.

Que se recuerden de los andaluces: Antonio Cánovas del Castillo, José Manuel Lara, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Caballero Bonal, Séneca, Maimónides, Averroes, Góngora, Bécquer, Alexandre, Lorca, Juan Ramón Jiménez, Machado, Falla, Picasso, Velázquez, Murillo, Alberti, Gala, Sabina…

Y dejar claro que por todo el infinito se habla con acento andaluz: abogados, marineros, médicos, albañiles, arquitectos, investigadores de alto nivel, camareros, taxistas, jueces, enfermeras, empresarios, policías, obreros, agricultores; y que  se acuerden de los millones de personas que se parten los cuernos cada día, desde Palos hasta el Cabo de Gata, millones de andaluces que siguen haciendo Andalucía más allá de Despeñaderos. 

Ojalá este post lo leyera mucha gente, y diera la vuelta al mundo, aunque me temo que se quedará perdido en el inmenso océano de Internet. También podría suceder que este post se expandiera por la red, y que los andaluces lo lanzaran a través de Facebook o Twitter, y que se difundiera por e-mail para que llegara a todos el mundo, eso ya lo dejo en tus manos.


Pablo Martínez
Gaditano del Barrio de la Viña
Paco Teodoro Sánchez Vera

sábado, 18 de febrero de 2017

ANDALUCÍA



Del  Paraíso  salieron
las  ocho  flores  bonitas
que  con  amor  construyeron
mi  Andalucía  bendita.

Las  de  Málaga  y  Granada
bonitas  en  primavera,
lucen  de  Sierra  Nevada
hasta  Ronda  la  torera.
Bajan  de  la  nieve  al  mar
a  bailar  con  bandoleros
y  después  a  deslumbrar
en  sus  pueblos  marineros.

Y  de  Jaén  a  Almeria
flores  de  colores  vivos,
bailan  llenas  de  alegría
debajo  de  los  olivos.
Son  flores  de  invernadero
y  de  verdes  olivares
que  bailan  cantes  mineros
en  macetas  de  lunares.

Las  de  Córdoba  y  Sevilla,
perfuman  las  "levantás"
en  la  mayor  maravilla
que  es  vivir  "la  madrugá".
Son  flores  de  patio  y  cruces,
de  cirios  por  el  albero
de  los  ruedos  andaluces,
donde  brillan  sus  toreros.

Huelva  y  Cádiz  son  las  flores
peregrinas  sobre  el  río,
en  carretas  de  colores
a  Los  Santos  y  al  Rocío.
Flores  serrana  y  choquera,
de  careta  y  fandanguillos,
y  esa  gracia  salinera
con  que  bailan  los  tanguillos.



Francisco  Teodoro  Sánchez  Vera.

SUFRIMIENTO

                                                                                         

Estoy sorprendido por las interesantes preguntas y por las sugerentes cuestiones que los lectores me han propuesto al hilo de las ideas vertidas en el artículo sobre la existencia del bienestar. Como es natural, muchas de las opiniones no coinciden con mis planteamientos, de la misma manera que las experiencias en las que aquéllas se apoyan son diferentes e, incluso, opuestas a las mías. No caeré en la pretensión -errónea e inútil- de defender con argumentos una convicción basada, como ya indiqué, en mi experiencia personal sólo válida para mí y para aquellos que la hayan vivido de manera análoga. 

Aprovecho, sin embargo, la oportunidad para aclarar algunas confusiones  que en varios comentarios sobre los obstáculos del bienestar se repiten en las cartas que he recibido. Hemos de reconocer que las enfermedades, los dolores y los sufrimientos -aunque sean realidades humanas estrechamente relacionadas- nos son manifestaciones idénticas. 

Las enfermedades son afecciones comunes a todos los seres vivientes -a las plantas, a los animales y a los humanos-; son unos avisos que, amenazadores, nos anuncian la muerte; son las advertencias que, insistentes, nos recuerdan que somos débiles frente a la fuerza agresora de la naturaleza, y son unos síntomas que, claramente, nos revelan que llevamos encerrados en el interior de nuestras entrañas los enemigos de nuestra propia supervivencia. Los dolores los padecemos todos y sólo los seres animados –no las plantas- y constituyen llamadas de atención de mal funcionamiento de las piezas de nuestro complejo organismo; son las alertas que se encienden para comunicar el fallo de algún órgano; son las señales que nos alertan de que algún mecanismo corporal está estropeado.

Los sufrimientos, en el sentido estricto, son propiedades peculiares de los seres humanos; son ambivalentes prerrogativas que nos distinguen de los demás vivientes y nos afligen a los seres humanos; son las resonancias negativas, los ecos profundos –racionales e irracionales- de los dolores físicos, de las agresiones psicológicas o de los ataques morales: los dolores atacan el cuerpo y los sufrimientos hieren el alma.  El sufrimiento es una operación de la mente que interpreta el dolor y mide sus dimensiones; es una reacción de la conciencia a los estímulos desagradables; es una respuesta humana en la que interviene de manera directa la inteligencia, la imaginación y, sobre todo, la emotividad. Pero el sufrimiento es, además, una de las vías más seguras y directas para penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas, una clave segura para conocer el sentido profundo de los sucesos. Baudelaire, con vigor, con entusiasmo y con hondura, nos dice que la verdad reside en el sufrimiento, en el dolor que es la nobleza más ilustre: la única aristocracia de este mundo, que completa y humaniza turbadoramente la visión de las cosas.


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
                                           

EL BIENESTAR

                                                     
Como tú me pides- querido amigo- te responderé a tu directa y urgente pregunta: ¿Existe el bienestar? Te contesto: sí.

Te aseguro que, en esta ocasión, no he pedido ayudas a teorías acreditadas ni a doctrinas probadas. Mi respuesta -inmediata, ingenua e irreflexiva- sólo se apoya en la experiencia personal: en la mía, en la tuya, en la nuestra. Traigo a la memoria algunos de esos momentos intensos en los que, extasiados, la hemos disfrutado y, también, recuerdo ese estado de ánimo permanente, ese bienestar razonable, inseguro y tenue que hemos alcanzado -eso sí- desarrollando unos esfuerzos ímprobos. Tú has podido comprobar cómo, apoyándonos mutuamente, es posible mantener los equilibrios inestables de la convivencia, prolongar los días huidizos y ahondar los fugaces minutos de nuestra corta existencia.

Tú -igual que yo- has gozado de esas chispas instantáneas, conmovedoras y fascinantes, que nos habían producido una simple mirada penetrante, un gesto complaciente, una suave caricia, una sosegada meditación, un encuentro afortunado, una compañía grata, un intenso silencio, la armoniosa cadencia de una melodía musical o, simplemente, la luz matizada de cualquier atardecer; tú -igual que yo- te has deleitado con esas partículas minúsculas, densas y sabrosas, que eran capaces de sazonar todas las fibras de nuestra existencia humana; tú -igual que yo- has saboreado los aromas sutiles, excitantes y sugestivos que han transformado nuestra visión de la vida.

Pero, también, tú tienes constancia probada de la posibilidad -de la urgente necesidad- de alcanzar el nivel aceptable de un bienestar durable. Para lograrlo, tú -igual que yo, limitación e historia- tienes que aceptar los estrechos límites de tus espacios, superar las arduas dificultades de tus tiempos, dominar a los feroces enemigos de tu identidad y pagar los altos costes del desánimo, de la indolencia o de la apatía: no tenemos más remedio que trabajar, luchar y sufrir.

El bienestar es una meta suprema y un objetivo irrenunciable que, tenaz y paradójicamente, hemos de perseguir y alcanzar mientras que, ansiosos, recorremos los caminos zigzagueantes de un mundo dislocado y mientras que, fatigados, subimos las empinadas sendas de un universo desarticulado. Ya sé que tú -igual que yo- abrigas la profunda convicción de que algunos tesoros humanos, los más valiosos, no pueden ser devaluados por el desgaste de la rutina, por el deterioro de las enfermedades ni, siquiera, por la decadencia de la senectud.




José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Cádiz

miércoles, 8 de febrero de 2017

YO AMO A MI TIERRA



            Hace  tiempo  vi  una  película  sobre  la  vida  del  Papa  Juan  XXIII,  hoy  San  Juan  XXIII.  No  recuerdo  el  nombre  del  largometraje,  pero  me  acuerdo  muy  bien  de  una  de  las  escenas  finales  del  film, en  la  que  encontrándose  el  anciano  Santo  Padre  en  el  lecho  de  muerte, después  de  recibir  los  Últimos  Sacramentos,  cercano  ya  su  final ; le  susurra  a  su  secretario  personal, que  amaba  a  Sotto  il  Monte. ( Ese  era  el  nombre  del  pequeño  pueblo  rural  en  el  que  había  nacido  el  Pontífice. Sotto  il  Monte  está  en  el  nordeste  de  Italia, en  la  provincia  de  Bérgamo, región  de  Lombardía.   El  pueblo  actualmente  se  llama  Sotto  il  Monte  Giovanni  XXIII ).  También  le  dice  que  nunca  había  olvidado  a  su  pueblo,  a  su  campiña, sus  laderas  verdes;  y  que  siempre  estuvo  con  el,  en  cada  uno  de  los  lugares  en  los  que  había  estado  sirviendo  a  los  intereses  de  la  Santa  Madre  Iglesia.

            Ángelo  Giuseppe  Roncalli,  que  así  se  llamaba  Su  Santidad,  era  un  hombre  de  pueblo, un  campesino  humilde,  el  tercero  de  los  once  hijos  que  tuvieron  sus  padres;  y  vivió  pocos  años  en  Sotto  il  Monte,  pues  marchó,  siendo  un  niño  de  diez  años,  al  seminario  y  volvió  a  ver  a  su  familia,  regresó  a  su  tierra  natal,  cuando  fue  ordenado  sacerdote.  Disfrutó  poco  tiempo  de  su  pueblo  y  de  sus  vecinos,  pero  no  pudo  olvidarlo  nunca, siempre  estuvo  a  su  lado, siempre  lo  llevó  consigo.
            El  recuerdo  de  esta  parte  de  la  película  que  os  cuento,  me  hizo  escribir  un  poema  en  el  que  intento  explicar  ese  cariño, que  yo  comparto  totalmente,  por  la  tierra  de  uno.  Yo  también  salí  de  Alcalá  siendo  un  niño  y  ya  no  volví  jamás  a  vivir  de  forma  permanente  en  el.  Y  como le  sucedía  al  Papa  Roncalli, mi  pueblo  siempre  vino  conmigo  a  cuantos  lugares  me  llevó  el destino.  Yo  amo  a  mi  tierra  y  a  las  personas  que  la  pueblan;   y  siento  un  profundo  dolor  cuando  me  encuentro con  paisanos  indiferentes,  fríos  y  poco  interesados  por  la  tierra  en  la  que  nacimos  y  por  sus  gentes.  Las  personas  bien  nacidas  veneran  sus  raíces,  aman  a  sus  mayores  y  guardan  sus  recuerdos  en  el  alma.  Entiendo,  que  aquellos  que  marcharon  huyendo  de  la  pobreza ( esa  lacra  que  parece  que  nunca  desaparecerá  de  nuestro  pueblo),  se  sientan  felices  y  orgullosos  de  haber  progresado  en  otros  lugares  de  España  o  del  mundo,  a  los  que  guardan  cariño  y  respeto. Me  parece  una  cosa  correcta  y  lícita.  Pero  eso  no  les  debe  llevar  a  olvidar  a  su  tierra,  a  denigrar  de  su  pueblo.  La  tierra  es  santa,  la  tierra  es  bendita …  y  de  ninguna  de  las  maneras  es  culpable  de  su  salida; tu  tierra  no  fue  la  causante  de  esa  marcha,  a  veces,  amparada  en  la  oscuridad  de  la  noche  y  como  sintiendo  vergüenza  por  tener  que  irse  en  busca  de  un  bienestar  que  no  podían  encontrar  en  su  pueblo.  No  le  echemos  la  culpa  a  la  tierra.  Los  culpables  fueron  unos  malos  gobernantes  que  no  supieron  o  no  quisieron  crear  las  condiciones  necesarias  para  crear  los  puestos  de  trabajo  que  evitaran  que  los  hijos  de  esta  hermosa  tierra  tuvieran  que  abandonarla.  Así  que  el  pueblo  no  fue  el  culpable  de  eso,  lo  fueron  las  personas  que  tenían  que  tomar  decisiones. Las  personas  que  mandaban  en  el  país.

               Este  es  el  poema  que  escribí  sobre  este  tema  del  que  hablamos  y  que  es  el  título  que  encabeza  mi  artículo:

YO AMO A MI TIERRA

Algunos  no  han  comprendido
la  larga  historia  que  encierra,
el  cariño  desmedido
que  le  profeso  a  mi  tierra …
en  la  que  poco  he  vivido.

No  necesito  habitarla
para  que  viva  conmigo.
Como  si  mi  sombra  fuera,
camina  siempre  a  mi  lado
como  amada  compañera.

Cuando  estaba  desolado,
hasta  mi  encuentro  salía …
y  al  ver  su  cielo  azulado
mi  pena  se  diluía.

Por  eso  quiero  a  esta  tierra
donde  mi  madre  vivía …
de  cuyo  vientre  naciera …
¡¡ puede  haber  más  alegría !!.




Francisco  Teodoro  Sánchez  Vera

Febrero  2017

viernes, 3 de febrero de 2017

PREGUNTAS DE JUVENTUD


¿Quién  arrancó  tus  raíces,
álamos  de  la  Alameda?
¿Dónde  se  hallaba  la  cruz
que  dio  nombre  a  la  arboleda?
¿Cuántas  almenas  tendrían
las  murallas  del  castillo?
¿Quién  llevó  hasta  el  Santuario
al  flamenco  pastorcillo
que  cuelga  alforjas  al  hombro
con  un  pan  y  un  cigarrillo?
¿Cuándo  reinó  el  Rey  Gazul,
aquel  gallardo  lancero
que  Goya  inmortalizó,
y  que  ensalza  el  Romancero?
¿Quién  recuerda  al  Gran  Potoco,
nuestro  famoso  torero?
¿Con  el  parque  que  pasó…
se  perdió  como  a  los  montes,
Sarria  y  Ortega,  ocurrió?
¿Quién  se  acuerda  del  Control?
¿Del  cuartel  de  sementales?
¿Y el  molino  bajo  el  sol …
cuándo  molió  cereales?
¿Por  qué  se  olvidó  el  gazpacho,
nuestra  danza  original?
¿Ya  no  se  escuchan  sus  cantes
a  compás  de  verdial?
¿Quién  levantó  la  capilla
de  la  calle  La  Salá,
en  la  que  el  pueblo  venera
a  la  Reina  de  Alcalá?
¿Cuándo  llegarán  las  olas
a  esta  playa  sin  arena,
arrastrando  caracolas …
y  suspiros  de  sirena?
Estas  eran  las  preguntas
que  de  pequeño  me  hacía,
aquellos  tiempos  gozosos
cuando  con  los  míos  vivía
en  la  calle  de  Los  Pozos
mis  años  de  juventud.
Playa, parque  viejo  y  plaza
Alameda  de  la  Cruz…
son  palabras  que  empleamos
para  nombrar  a  lugares
en  los  que  todos  jugamos
siendo  solo  unos  chavales.

Pero  en  la  playa  no  hay  mar…
ni  en  el  parque  flor  ni  bancos …
ni  álamos  que  al  germinar
llenen  de  copitos  blancos
a  esta  plaza  sin  igual.

Por  eso  dice  la  gente
que  el  tiempo  todo  lo  tacha …
se  perdieron  para  siempre
el  picón  y  la  capacha …
también  se  perdió  el  carbón
que  dentro  de  los  cerones,
de  la  caja  del  camión
llegaba  hasta  los  fogones.
Son  las  cosas  de  este  pueblo,
de  esta  gente  generosa,
que  muestran  su  vieja  historia
y  su  existencia  gloriosa …
por  eso  beso  su  suelo
que  es  la  antesala  a  la  Gloria…
ya  casi  tocando  el  Cielo…

Francisco  Teodoro  Sánchez  Vera

Enero  2017

EL TRABAJO DE LA MUJER

                                            
                
Es cierto que tenemos que seguir luchando para que los legisladores, mediante leyes adecuadas, favorezcan unas condiciones objetivas de la vida de las mujeres que hagan posible -realmente y en todas partes- su igualdad con los hombres, su libertad efectiva y el ejercicio eficaz de los demás derechos humanos pero, si pretendemos que la construcción de una sociedad más justa sea consistente y estable, es necesario que, además, cambiemos el sistema de significados que subyace en el fondo secreto de nuestras “inconsciencias”. 

Las diferencias sociales, laborales, económicas, jurídicas e, incluso, religiosas que separan a los hombres y a las mujeres tienen unas raíces mentales profundas que penetran hasta el fondo de nuestro mundo de los símbolos. Éstos son, no olvidemos, los factores que determinan la formación de las ideas, el significado de las palabras, la adopción de las actitudes y el mantenimiento de las pautas de los comportamientos individuales, familiares y sociales. La eficacia y el peligro de estos símbolos son mayores cuanto menor es el conocimiento de su existencia y de su funcionamiento.

En la amplia bibliografía que se ha producido en los últimos cincuenta años sobre el feminismo, abundan los libros que describen los múltiples ámbitos de la vida ordinaria en los que se manifiestan tales desigualdades, pero son escasos aún los trabajos que ahondan en esos niveles de las representaciones, de los significados,  de los sentidos y de los símbolos. 

Uno de ellos es el que publicó la Editorial Narcea titulado Una revolución inesperada. Simbolismo y sentido del trabajo de las mujeres, en el que cinco miembros de la Comunidad filosófica Diotima de la Universidad de Verona analizan, de manera convergente, los cambios de significados que ha producido el acceso de las mujeres al mundo laboral y al ámbito de los estudios. Constatan cómo, por ejemplo, a partir de esta presencia masiva femenina, todo cambia, comenzando por el propio espacio laboral: se alteran su posición en el mundo, las relaciones familiares, el valor del dinero, el significado del tiempo, el sentido de la actividad frente a la pasividad –incluso en las relaciones sexuales-, la concepción de la política y, también, la interpretación del hecho religioso. Nos recuerdan, por ejemplo, cómo, mientras la fascinación en imitar a Dios era algo típicamente masculino, cómo la concepción tradicional de la paternidad, de la actividad artística (creación) y de la política se orientaba hacia la meta de llegar a ser y a hacer como Dios, en el pensamiento femenino, por el contrario, prevalecía la relación amorosa o la relación unitiva con Dios. Opino que es el momento de preguntarnos si el modelo emergente de mujer que descalifica la pasividad generará también un nuevo tipo de interpretación filosófica, una alteración de modelos de relaciones sociales y una transformación de las reglas de juego en la política y en la religión.


  
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Cádiz

ESPERANZA


                                                                                                                              
Todos conocemos a personas que se caracterizan por recordar preferentemente los hechos malos del pasado, por destacar los aspectos negativos del presente y por advertir los peligros del futuro. Son aquellos individuos dolientes y afligidos para quienes “todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente les parece todavía más horrible que el pasado y porque están convencidos de que caminamos veloz e irremisiblemente hacia el caos fatal y hacia la catástrofe más aniquiladora.

Cuando comentamos con ellos cualquier suceso, estos conciudadanos inconsolables nos recuerdan, sobre todo, las calamidades desoladoras, los rostros cínicos, las miradas crueles y las perversas acciones: la memoria, la razón y la imaginación constituyen para ellos unas temibles luces que alumbran a un mundo que es para ellos un sórdido museo de penalidades, un infierno de padecimientos y  un antro de vergonzosas perversidades.

En mi opinión, hemos de defendernos de estos “aguafiestas” para evitar que nos estropeen la función y nos amarguen la existencia. Sin caer en ingenuos optimismos, hemos de buscar la fórmula eficaz para evitar que esta desolación pesimista nos contagie y tiña toda nuestra existencia con los colores lúgubres de sus lamentos pero, además, hemos de encontrar un acicate en el que agarrarnos y una clave que nos ayude a interpretar los signos de esperanza que lucen en medio de ese oscuro paisaje. Si las sombras y los nubarrones pueden servir para resaltar las luces y para aprovechar mejor los días soleados, la profundización en el dolor y en la miseria del mundo nos puede ayudar para que descubramos el germen vital que late en el fondo de la existencia humana. Si pretendemos evitar el desánimo, en el balance permanente de la crítica y, sobre todo, de la autocrítica, hemos de evaluar los otros datos positivos que compensan los malos tragos. Apoyándonos, por ejemplo, en la convicción de la dignidad y de la libertad del ser humano, en nuestra capacidad para mejorar las situaciones y para aprender, sobre todo de los errores, podemos  alentar esperanzas y elaborar proyectos de progreso permanente de cada uno de nosotros y de la sociedad a la que pertenecemos.

Reconociendo el declive que el individualismo contemporáneo ha introducido en las relaciones humanas, esta "ansiedad de perfección" nos permitirá compartir el sentido positivo de la vida, generar unos vínculos más estrechos entre los hombres y recuperar el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que nos rodea. Sólo así mantendremos la posibilidad del amor y los gestos supremos de la vida. Si pretendemos que nuestras vidas no sean escenas sueltas –“hojas tenues, inciertas y livianas, arrastradas por el furioso y sin sentido viento del tiempo”-, hemos de buscar ese vínculo, ese hilo conductor, que las rehilvane  y que proporcione unidad, armonía y sentido a nuestros deseos y a nuestros  temores, a nuestras luchas y a nuestras derrotas.  
                 



José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Cádiz

El tiempo que hará...