domingo, 4 de octubre de 2009

EVOCACIONES ALCALAÍNAS: 13.- El estraperlo

La carestía de la posguerra no pudo acarrear en Alcalá peores males: se abandonaron los campos, la mano de obra joven se ausentó reclutada para la guerra civil, muchos jóvenes fueron reclutados dos veces, los artículos de primera necesidad se encarecieron, el régimen de Franco impuso algunas medidas para paliar la hambruna, y un largo etcétera de miserias cayeron sobre una gran parte de la población. No sólo era el paro y la falta de trabajo, sino la carencia de alimentos de primera necesidad. Como consecuencia, muchas personas se dedicaron al “estraperlo”.

El nombre de estraperlo tuvo su origen en un juego de invento extranjero, especie de ruleta que permitía al banquero de la mesa ganar siempre mediante manipulación. Lo inventaron, en la década de los 30, un judío holandés (Strauss) y su compinche (Perlo), de cuya unión abreviada de ambos nombres surgió “straperlo”. En España, en 1934, quisieron introducirlo en el Casino de San Sebastián algunas personalidades públicas, aunque a las pocas horas la policía lo clausuró, porque el juego estaba prohibido. Como consecuencia, se denominó “estraperlo”, metafóricamente, al mercado negro y al comercio ilegal clandestino de artículos de primera necesidad, como fuente de ganancias.

Los agricultores y comerciantes avispados hicieron su agosto durante la posguerra con el estraperlo. Fue una etapa muy dura y cruel de la historia de España. Según unos historiadores, duró diez años, de 1940 a 1950; según algunos, quince, de 1940 a 1955; según otros, veinte, de 1940 a 1960, aunque de forma más moderada. En Alcalá fue tan mala como en todas partes. El régimen de Franco quiso controlar la situación con tres medidas: una política económica autárquica, las cartillas de racionamiento y la ayuda exterior de países amigos.

Lo primero fue exigir a los molineros la “maquila”, es decir, la porción de grano, harina o aceite que les correspondía por la molienda. La medida no conseguía averiguar el trigo, el aceite y los cereales recolectados durante el año, porque se ocultaba una parte incontrolada que se vendía como estraperlo. Las cartillas de racionamiento terminaron también en el estraperlo, porque muchas personas las vendían al mejor postor. Y la ayuda de los países amigos casi nunca llegaba a sus destinatarios, porque algunos funcionarios y distribuidores las ofertaban a compradores estraperlistas.

Dentro de este mundo de la hambruna y del estraperlo, nadie podía controlar los fraudes y engaños. Todo el mundo sabía bien dónde se podían conseguir los artículos de primera necesidad, porque a esto había que añadir que Alcalá estaba en la ruta del contrabando, Gibraltar-Jerez. Era como el postigo por donde pasaban los géneros de alimentos más refinados camino de la campiña y de la sierra. Ese mundo pertenecía a una práctica más antigua, del que hablaremos otro día, el contrabando.

Recuerdo, a este respecto, que había una comida hecha de harina, agua, aceite y azúcar que remedió mucha hambre. Se llamaba “poleadas” o “gachas”, pero los chavales le decíamos la “espoleá”. Le teníamos un odio a muerte, pero quitó mucha hambre de Alcalá. Un día fue con el padre Manuel a visitar a una anciana enferma. Cuando llegaron a la casa, se encontraron una escena patética, la anciana y su hijo estaban ensartados en una violenta discusión, los dos peleaban por comer más cucharadas. El padre Manuel puso orden, obligando a que cada uno cogiera una cucharada y no los dos a la vez. Esas escenas se repetían con frecuencia, provocada por la histeria de la hambruna. No era raro ver a niños por las calles con los vientres hinchados por la desnutrición. Hubo casos de niños que murieron de hambre.



JUAN LEIVA

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